agosto 29, 2011

Grullas, tigres y cascadas

Desde hace unos meses he estado tomando las clases semanales de Tai chi chuan que se imparten en el gimnasio al que asisto. Desgraciadamente sólo hay una clase a la semana, en un incómodo horario de domingo al medio día, pero procuro no faltar.

Ya por acá comenté hace tiempo que había intentado varias veces tomar clases de yoga, siempre con resultados desastrosos. Buscaba alguna disciplina que me ayudara a vencer la falta de flexibilidad que sufro desde niña y por eso todos me recomendaban el yoga, pero simplemente no es para mí. En cambio, desde la primera clase de Tai chi confirmé que esto es lo mío. Qué digo desde la primera clase, apenas avanzada la mitad del periodo de calentamiento, supe que esa era la disciplina que estaba buscado. Y, paradójicamente, me sentía como si la hubiera practicado antes, a pesar de ser la primera vez.

El extenso artículo de Wikipedia al respecto de este arte marcial lo encuentran por acá. Baste decir que para mí es a la vez un fuerte ejercicio físico (acabo sudando a mares), un grato momento de meditación y una oportunidad para explorar mi lado agresivo. Porque... oh sí, tengo que admitir que me encantan los movimientos en los que las manos toman forma de garras de tigre o espadas, o cuando el maestro nos muestra cómo lo que parece un grácil giro del brazo es en realidad un movimiento defensivo para, ehem, romper el antebrazo del oponente.
¿Ejercicio para viejitos ? Ajá. Que me lo digan después de sudar la gota gorda durante hora y cuarto, haciendo elegantes pero controladas figuras con nombres poéticos como "mirando las nubes", "segando el trigo", "dibuja una cascada", "la dama señala a la luna"... mientras cada músculo del cuerpo se suelta y a la vez trabaja de una manera intensa. Rodillas semiflexionadas, cuello relajado, respiración pausada... y el cerebro trabajando a un ritmo que sólo puedo comparar con el de la meditación de atención unipuntual: una mezcla de serenidad y luminosidad muy difícil de obtener con otras disciplinas físicas.
Y bueno, si llego a tener la flexibilidad de una viejita china de 80 años que se ejercita a diario antes de irse a trabajar a su parcela, me daré por bien servida.

Sí, sí, ya se que esto es Kung Fu de caricatura... ¿pero a poco no son lindos?

agosto 22, 2011

Dos para llevar

Andanzas gastronómicas en la gran ciudad...

Admito que soy de paladar aventurero. Desde una buena quesadilla hasta un platillo gourmet, la verdad le entro a todo, salvo contadas excepciones (la pancita y el queso roquefort, por ejemplo). Y me encanta comer fuera, tanto por la experiencia en sí como por el hecho de ahorrarme la planeación, preparación y limpieza posterior a la comida. Algo que me parece tristísimo es llegar con grandes expectativas a un restaurante y salir decepcionada porque la comida no estuvo sublime. Y no es esnobismo, tan sublime puede ser una tortilla con sal como unos huevos benedictinos, simplemente es cuestión de talento en la cocina y prestancia en el servicio.
He aquí dos lugares a los que se puede llegar con confianza, sin complicaciones y sin temor a sobregirar la tarjeta, y que resultan una agradabilísima sorpresa:

Desde Rusia con amor - En Ave. Universidad, cerca de Angel Urraza, está el restaurante Kolobok, un lugar sencillón, así como onda de comida corrida, pero que sorprende con una oferta auténticamente rusa. Rusa transplantada, porque entiendo que los dueños y fundadores son ucranianos. Desde el conocido borsch (sopa de betabel) y el gulash (favorito de toda la Europa oriental) hasta platillos menos familiares, la carta entera es un viaje a las mesas que amorosamente atendían las babushkas rusas. Muy recomendable también el kompot, un ponche frío y refrescante que prepara las papilas para los sabores contundentes de una cocina con profundas raíces en el campo. Espléndidos también los postres y panes. Conocí el lugar gracias a nuestra vecina y amiga rusa-mexicana y fue una gran experiencia dejarse guiar por ella para hacer nuestras elecciones, pero de todas maneras el personal es atento y generoso con la información sobre sus platillos. Lleno siempre, vale la pena llegar temprano... o quizá pasada la hora de la comida entre semana. Por acá su página web, tienen dos direcciones en el D.F.

Tokio vía Hamburgo - ... Hamburgo casi esquina con Amberes, en la Zona Rosa. Ahí está el Restaurante Tokio, con su entrada muy kitsch en donde lucen las muestras de platillos hechas de plástico. Confieso que durante años pasé por ahí y nunca se me antojó entrar precisamente por esos arroces, fideos y sushis congelados en sus reencarnaciones de PVC (comunes en Japón, por cierto), pero hace tiempo vencí la resistencia y me encontré con un lugar excepcional. Desde su entrada con mini-estanque y puentecito hasta los visillos pintados a mano que adornan las puertas, entrar al Tokio es llegar a Tokio. Atendido por una familia japonesa y una hábil cuadrilla de meseros, la experiencia es redonda. Me encanta que reciban con una pequeña porción sunomono (ensaladita encurtida), que las sopas se sirvan sin cuchara (como debe de ser en esta cocina) y que cierren la comida con un platito de fruta. Y para comer en serio, la carta reboza de ofertas conocidas y otras no tanto, pero siempre auténticas y frescas. El sushi es una maravilla y sólo en este tipo de lugares encuentro el nigiri de tamago (huevo) que tanto me gusta. Los precios son accesibles y hay un menú económico de lunes a viernes. Siempre está lleno, pero el servicio es raudo, así que en caso necesario vale la pena esperar.

Gracias a todos los aguerridos inmigrantes que hacen de México su hogar, con ollas, cucharas y todo.

agosto 16, 2011

No estaba muerta...

...Tampoco andaba de parranda. Simplemente el trabajo me ha traído ocupadísima, como debe de ser. Extraño escribir, pero no he tenido oportunidad de hacerlo en forma.

Por acá nos vemos pronto pronto. Boris manda saludos.

...y saludos al pollopollo que está en tierras lejanas
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...